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Hay dos maneras de encarar esta agitación prefabricada en torno al traslado. La primera, elemental, es saber cómo ha reaccionado el villero ante la iniciativa oficial. Puesto que él es el destinatario de un programa semejante, su opinión es entonces la que debe importarnos. Hablando con la gente, nos damos cuenta de que está contenta, porque se le brindan cosas dignas, hermosas. Este plan del gobierno popular, no se parece en nada a los planes que surgieron durante la dictadura. Al respecto, yo pienso que el plan puede tolerar correcciones, puede ser mejorado, lo cual no significa cuestionar el plan en su totalidad ni ignorar sus muchos méritos. No es ideal. Es bueno simplemente, lo que no es poco decir. Por lo tanto, nosotros estamos a favor de este plan, porque nosotros queremos erradicar las villas, y no eternizarlas. Pero, ¡ojo!, erradicar las villas no quiere decir destruir los valores del villero, que son los de la solidaridad, los de la viva conciencia comunitaria, los de un sentimiento cristiano profundo. Erradicar la villa significa sustraer a sus pobladores, a las numerosas familias que la habitan, de condiciones de vida ofensiva para su dignidad, para la salud moral y física de niños y adolescentes. De ahí que apoyemos la erección de barrios de viviendas higiénicas, ventiladas, dotadas de los imprescindibles servicios sanitarios, luz, gas, etcétera. Porque el villero no quiere seguir siendo villero, no quiere seguir viviendo como un condenado, sin esperanzas de cambio ni de un mejor futuro. Quien comprenda realmente al villero, tiene que comprender sus legítimas ansias de liberarse de una situación que los transforma en paria. Es, precisamente, lo que no comprende el socialismo dogmático, con su empeño ciego de impedir que el mundo agrio, duro del villero, se transforme realmente.
Esta incomprensión del socialismo dogmático no es casual. Demuestra su irrealismo. Aunque invoque al villero, en realidad, no se ha asomado a sus problemas. Aunque invoque al pueblo todo, sigue dando la espalda a fáciles evidencias. Nuestro pueblo es cristiano, es justicialista, no acepta las formulaciones falsamente revolucionarias de quienes, en definitiva, no son sino un expresión del liberalismo europeo. Es más, para nosotros, el socialismo dogmático es la última expresión de ese liberalismo. Por eso su prédica carece de arraigo. Los que claman por la revolución son casi siempre gente de afuera, activistas que no han vivido ni viven en el lugar. Desde luego, hay villeros con ellos, pero éstos responden a una política que les dictan desde afuera. Hay una muestra típica de este irrealismo político, de este prejuicio de superioridad presuntamente revolucionaria, que se comprueba en las reuniones o asambleas promovidas por la ultra izquierda. Apenas un compañero de la villa cuestiona un argumento, discrepa con una iniciativa, manifiesta sus diferencias con algún dirigente, enseguida se le imputa que carece de conciencia política y se lo excluye. De este modo, muchas organizaciones o grupos han perdido representatividad, la gente los abandona, abandona a quienes no entienden sus reales necesidades y las subestiman políticamente.
Texto del Padre Carlos Mugica publicado en el libro "Carlos Mugica y el retorno de Perón" de Pablo José Hernández (Ed. Fabro, págs. 57 y 58).
APOSTILLA:
A principios de 1974 el gobierno del General Perón puso en marcha un proyecto para que los habitantes de la Villa 31 de Retiro pudieran acceder a viviendas dignas. El mismo consistía en trasladar a los vecinos de la mentada villa miseria a los edificios construidos, a tal fin, en la localidad de Ciudadela.
Pese a que el proyecto era aceptado con entusiasmo por los vecinos de la Villa 31, la "iluminada" izquierda dogmática, tanto la que estaba fuera del peronismo como la que estaba infiltrada en el mismo, lo desaprobó con dureza. Obviamente que dicha desaprobación la hacían desde sus cómodas casas de los barrios de clase media y alta en las cuales habitaban.
Ante dicha disputa, el Padre Mugica escribió el texto transcripto, en el cual no sólo se pone del lado de sus villeros, sino que además realiza una contundente crítica al socialismo dogmático, al cual condena por su irrealismo y por ser, en definitiva, la última expresión del liberalismo europeo.